Belinda era sin duda la niña más deseada de toda la manzana. Ni siquiera sé si la más hermosa, pero lo que era un hecho es que su redondo trasero tensaba las costuras de la falda escolar; sobre todo mientras más avanzaba la mañana ya que de casa salía con la falda hasta las rodillas y en cuanto quedaba fuera del alcance de la vista de sus padres, se levantaba la blusa, cogía la falda en la cintura y comenzaba a hacerle dobleces hasta que le quedaba a medio muslo ¡qué generosa! Desde luego su andar dejaba patitiesos a todos los calenturientos estudiantes de pantalones a cuadros, yo en primera fila.