Mientras la manecilla del reloj se paseaba muy cerca de las once veinte de la mañana, Rigoberto terminó de reparar el viejo condensador de un refrigerador y fue en ese preciso instante cuando vio traspasar por la puerta de su pequeño changarro a Eloy Nava.
–Hola, Compadre –dijo con un tono de tristeza que apenas y se escuchaba.
–Quiubo –contestó Rigoberto– no me diga que ya está tomando tan temprano.