Edmundo Costas checó su tarjeta y orgulloso observó que el reloj imprimió las 6:58 A.M. En sus 24 años de servicio, rara era la ocasión en la que llegaba después de la 7:00 A.M., su horario oficial de entrada. Consciente estaba de que era la envidia de varios de sus compañeros ya que el bono de puntualidad sencillamente no estaba a discusión; Costas tenía años embolsándoselo.