Es media noche y el escritorio del reducido despacho, tan sólo es alumbrado por una bombilla de baja intensidad.
En esa semi oscuridad, Rolando acaricia a “Lucas”, su gato, y medita qué debe hacer. El destino le ha puesto frente a él dos caminos y tiene que tomar una decisión.
Su vida actual, aunque mediocre, no es del todo mala. Dirige un pequeño negocio contable que por lo menos le da para cubrir sus escasos gastos; el resto lo destina para la educación y alimentos de su hija. Desde que Griselda lo abandonó, todo ha sido más fácil. Ya nadie critica su obesidad y lo poco que gana.