Mientras la manecilla del reloj se paseaba muy cerca de las once veinte de la mañana, Rigoberto terminó de reparar el viejo condensador de un refrigerador y fue en ese preciso instante cuando vio traspasar por la puerta de su pequeño changarro a Eloy Nava.
–Hola, Compadre –dijo con un tono de tristeza que apenas y se escuchaba.
–Quiubo –contestó Rigoberto– no me diga que ya está tomando tan temprano.
–Pos si. A uste no le voy a mentir, ¿verdad?
–Vamos Compadre… ¿a poco ya se le olvidó que uste es Eloy “El Campeoncito” Nava? ¡Échele ganas!
–No, compadre. Yo ya no soy ni la sombra de aquel “Campeoncito”. ¿Qué le puedo decir a uste, si sus ojos miraron como me vine abajo? Mis años de gloria quedaron atrás.
–Pero Eloy ¡tan sólo tiene 36 años! Si su vida de futbolista quedó en el pasado, ¡pos atórele a otra cosa! Mire, si quiere yo le ofrezco enseñarle mi oficio.
–Gracias, Rigo, pero uste estudió una carrera técnica y yo… yo nunca hice nada por aprender. Me dejé llevar desde chamaco por el fút bol… ¿Se acuerda que le pegaba re bonito a la pelota?, pero por más que insistió mi padre, nomás no le hice caso. Ya ve que él era sastre y no se cansaba de repetirme que en la vida hay que saber algo para ganarse el pan, ¡caray compadre! Le juro que si no le escuché fue porque, así como se dice, ora si que me fui con la finta. Y es que fíjese, uste es testigo de que cuando dejé la secundaria para entrarle de lleno al fut, ya me empezaban a dar buena lana, ¿o no?
–No, pos eso no se lo voy a negar, uste jaló re harta plata.
–Ya lo ve porque estoy tan derrotado. No valgo nada. Me acabé el dinero y no me queda ni la satisfacción de lo que viajé, ¿sabe por qué? Se lo voy a confesar. Porque soy tan bruto que no sé ni donde están la mayoría de los lugares que conocí. ¿Como voy a platicar de ellos si un chaval de primaria tiene más idea que yo de lo que hablo? No sé ni localizarlos en un mendigo mapa.
Eloy hizo una pausa y le dio un trago a la “Caguama” que traía oculta en una bolsa de papel.
–¿Quién iba a decir –continuó resignado–, que aquella estrella, el amo de la gambeta, terminaría así? Compadre, ¡Uste tiene grabado ese partido en el que anoté el gol con el que ganamos la gran final!
–¡Sí, compadre! –contestó emocionado Rigoberto– ¡cómo olvidar el tremendo golazo con él hizo ganar a mis Pumas!
–¿Sabe Rigo? Es el mejor momento que tuve nunca. Se imagina lo que es estar en pleno Estadio Azteca, jugando contra el mismísimo América, en ese pasto, verde, verde y parejito… ¡Qué día! Al defensa me lo llevé por la banda con mi puro movimiento de cintura. Haga de cuenta que lo tengo aquí, le hago un driblin, jalo pa´llá y nomás veo como se queda con los pies clavadotes en el pasto, ¡jajaja! Ora sí, frente al portero, ni lo pensé, que jalo el gatillo y le pego al esférico con esta parte, ¿ya vio? La de afuera del zapato pa´que el efecto agarre más curva… ¡pum!
Eloy se detuvo por un instante, recargó la mano en su frente y cerrando los ojos continuó con un tono pausado:
–Hasta me pareció como que el tiempo se detenía. Le aseguro que ni en su noche más gloriosa de sexo ha sentido lo que yo en ese instante; veo el balón en las redes, giro mi cuerpo y empiezo a correr esquivando a mis compañeros. Un impulso me llevó al centro del campo. En mi mente sólo se oía el grito cerrado de más de cien mil gargantas coreando mi nombre… ¡Campeoncito!
¡Campeoncito!
Al llegar al manchón de media cancha, me hinqué y no fue hasta que el llanto me paró de aflorar en mis ojos, que pude alzar la vista lentamente. Primero vi el verde del césped como si fuera un paraíso; después la multitud ovacionándome y, finalmente, un hermosísimo cielo azul y, ¿quién cree que estaba ahí, compadre? ¡Dios! Por ésta que clarito lo vi entre las nubes. Como que algo me quería decir, pero ahora, después del tiempo que ha pasado y con lo jodido que estoy, yo más bien pienso que se estaba despidiendo de mí, porque esa fue la última vez que lo vi.
El resto de la historia uste ya la conoce… hasta la guerota con la que andaba, aquella pechugona que dizque hacía comerciales para la tele, ¿se acuerda?, cuando me vio sin dinero y sin fama, se largo en el carro deportivo. Ni siquiera pude nunca terminar de pagarlo… ya no tengo más que deudas y aparte no sirvo para nada…
–Con estas palabras, Eloy rompió en llanto; Rigoberto lo abrazó y haciendo a un lado su botella de cerveza, le aconsejó:
–Tranquilo, compadre, ¿para qué son los amigos sino para echarse la mano en estos momentos?
Mire, véngase conmigo que aquí de que aprende, aprende, ¡ya lo verá!
Eloy continuó sollozando y poco después se quedó profundamente dormido.
Comenzando la tarde, Rigoberto lo despertó:
–Ándele, compadre, véngase a echar un taco que luego tenemos una chambita.
Una vez que se encontraron en la casa de la familia Arango, Eloy se quedó perplejo con la residencia. Nunca había estado en una mansión tan lujosa y su asombro no paraba.
–Oiga Rigo, qué bárbaro, ¿no me diga que conoce al señor de la casa?
–No que va. Sólo sé que es un ingeniero muy importante que construye carreteras. A la que conozco es a su mujer.
En eso entró una dama muy bella que aunque no vestía necesariamente de manera elegante, su porte era muy distinguido.
–Don Rigoberto –interrumpió–, mire, necesito que me arregle el refrigerador pero también le ruego que tenga la amabilidad de revisar el clima de la recámara de mi hijo porque no está enfriando correctamente.
–Claro que sí, señora Arango, enseguida lo haremos.
–Gracias. Ya sabe que es la habitación de la derecha –concluyó la señora y se retiró.
–Compadre, –dijo Eloy–, yo una vez arreglé un clima que se descompuso en un hotel, ¿quiere que le vaya dando una checadita?
-–Ándele! –respondió Rigo–, tenga, llévese esta herramienta pero hágalo con mucho cuidadito, ¿Eh?
Eloy subió las escaleras sin siquiera tocar el fino barandal de madera para no ensuciarlo. La puerta estaba entre abierta así es que penetró despacio.
Era una habitación enorme; en un rincón, a su izquierda, estaba un niño estudiando. Eloy siguió hacia el clima para no interrumpirlo pero su vista no pudo dejar de observar la guitarra eléctrica y un hermoso aparato como de oro que creyó recordar que se llamaba saxofón. Caminó unos cuantos pasos más y, enseguida, después del librero, vio algo que lo dejó completamente pasmado y que lo hizo quedar como petrificado frente a él.
–¿Le gusta? –escuchó que le dijo la delgada vocecita del niño, a sus espaldas–, es el póster de los Pumas, en el mejor torneo que jamás hayan tenido… ¡Fueron Campeones!
–Ahhh… –fue lo único que alcanzó a decir Eloy.
El niño continuó: –mire: ¿ve al chino de en medio?, Era un gran extremo; y el flaquito de a lado, nombre ni quien le metiera un gol. Pero le voy a decir algo, ¿Ya vio al morenito? Obsérvelo bien porque ese, ese si que fue un campeón, Eloy “El Campeoncito” Nava… wow, ¡Yo quiero ser como él cuando sea grande ¡ Nadie podrá conmigo!
Eloy se volteó de modo que el pequeño no pudiera observar que sus ojos eran un mar de lágrimas. Discretamente le dio una palmadita en la espalda y allí, justo entre su llanto, le pareció volver a distinguir a Dios.