Azul siente su cuerpo vacío, sin vida, como si el alma se le hubiera ido de paseo sin encontrar jamás el camino de regreso.
En total desolación, con los ojos completamente abiertos, mientras el asqueroso gordo jadea sin control brincando sobre su cuerpo, observa el techo despostillado, ya sin pintura, del infame cuartucho. El catre amenaza con desplomarse y a cada nuevo salto del hombre, el rechinido se confunde entre sus quejidos.