Hace ya algunos lustros, tomé un par de talleres de literatura en el Centro de Cultura de la Casa Lamm que se encuentra en la colonia Roma de la Ciudad de México.
Era una época virtuosa en la que los aprendices desgarrábamos con frescura y desparpajo nuestras plumas sobre interminables cuartillas, unas malas, otras peores.
El agua tibia de la regadera cae sobre su nuca y en esa posición permanece un momento en busca de relajación. Ha sido una ducha prolongada, pero no ha servido de mucho. La depresión sigue punzando. Se seca con sutileza y poco a poco va dejando que la toalla descubra su desnudez.
La gente de las inmediaciones le apodaba el Fantasma del parque. Siempre solitario, caminaba descalzo. La cabeza gacha, el pelo enmarañado que se enredaba con su barba sin importar donde comenzaba una o en que lugar moría el otro.
Su grueso abrigo marrón le cubría todo el cuerpo y sólo dejaba asomar un morral gris, escondite de sus pocas pertenencias. “Mira”, murmuraba la gente al verlo hurgando en los botes de basura. “parece una rata, una gran rata autista”.
"Mis Andares, no son más que historias de esas que escuchamos a diario y que por creerlas de interés o que aportan algo en este loco afán de tratar de entender el comportamiento humano, me parecieron dignas de dejarlas por escrito.
Te aseguro que después de leer algunos de mis Andares, notarás que tú también tienes muchas historias que merecen contarse... si las quieres compartir, son bienvenidas!
Por lo pronto, será un placer encontrarte... en los Andares de la vida".