Cuando Rolandito salió a la tranquila calle rebotando su pelota, se alegró de encontrarse a una niña de su edad.
-Hola, -le dijo sonriente, -quieres jugar «cachi bol».
-¡Sale! ¡Me encanta el «cachi»! -Festejó Paty.
Pronto nació una alegre amistad y en cuanto llegaban de la primaria, se asomaban por las ventanas que daban a sus jardines para hacerse una señal y correr al encuentro.
Había veces que Paty se escondía detrás de la cortina para que Rolando no la viera y él, en su desesperación, se trepaba en el árbol de su casa y se deslizaba prácticamente hasta su jardín por una gran rama que cruzaba el muro. Luego, salía de su escondite y jugaban hasta el cansancio. Realmente la pasaban muy bien. Hasta que una vez, justo en navidad, emocionados destapaban los regalos que habían recibido, cuando las mamás de ambos se encontraron al salir de sus casas. Laura, la mamá de Paty comenzó a reclamarle algo acerca de unas hojas que caían del árbol y como ninguna de las dos entendía razones, pronto comenzaron a gritarse hasta que la mamá de Rolando, jalándolo del brazo, le dijo:
-¡Te metes en este instante y no quiero volverte a ver con esta mocosa en tu vida! ¿Me entiendes?
-Mocosa ¡tu madre! Vieja argüendera. -Respondió retadora Laura.
Y nada más porque los niños se espantaron y corrieron del brazo de cada una adentro de la casa, sino quien sabe adonde hubiera terminado el pleito.
Para Paty y Rolando fue muy triste. Porque se querían y eran los únicos amigos en la cuadra. Ahora estaban solos.
-Hola reinas, ya llegó su rey y muere de hambre…
-Hola pa.
-Hola viejo.
-Perdón que se me hizo un poco tarde, pero es que fui a tomar un café con Francisco, ¿te acuerdas? El abogado que es muy buen tipo…
-Sí, si, claro.
-Pues me estaba contando que un primo de él tuvo un pleito en la calle. Venía con su hijo, se había tomado unas copas y se le hizo fácil insultar a un señor que venía en otro carro con dos señoras y pues para no hacerte el cuento largo, que se bajan del coche en plena avenida y nomás te digo que reciben a su primo a batazos, lo agarraron como piñata y ahorita está en coma en un hospital. Lleva siete días y no saben si la va a librar, ¿puedes creerlo? No entiendo porque la gente es tan violenta.
-Es que los mexicanos somos de mecha muy corta.
-Ese si que es un grave problema cultural. Qué pena.
-Pues sí, pero hablando de eso, hoy tuve una discusión muy fuerte con la vecina, ¿creerás que hasta mocosa le llamó a Paty?
-A caray, ¿y eso a cuenta de qué? ¿No la habrás provocado, verdad?
-Es que mi mamá le reclamó de sus…
-¡Cállate niña qué para eso yo le estoy explicando!
-Cálmate Laura, tranquila, no te alteres.
-¡Cómo no me voy a alterar si ya van cientos de veces que te digo que hables con el imbécil del vecino! ¿Es que nunca vas a reclamarle para que corte la rama del árbol de su casa que da a nuestro jardín y lo ensucia de hojas?
-Pero que te molesta mujer, mira, no es tan grave a mi hasta me gusta porque atrae a unos pájaros Cardenales de cabeza roja…
-¡Ay, sí, están bellísimos y cantan bien bonito! –Interrumpió Paty.
-Claro, como ustedes no son los que tienen que limpiar las cacas de esos pájaros ni barrer las hojas…
-Sí, pero entiende que ya intenté hablar con él y ya ves lo que me dijo: «tú te atreves a cortar la rama de mi árbol y yo te mato». «¿Qué?» le respondí incrédulo y me reiteró: «lo que oyes, te meto un tiro».
-¿Y tú le creíste?
-Pues no sé si creer en una amenaza así o no, pero de que el fulano es muy violento y está mal, ni duda cabe. ¿No te has dado cuenta de que a partir de ese día, cada que sale a lavar su carro, pone un tubo al lado de él?
-Ay, Aurelio, mejor ni busques escusas, es exactamente igual que aquella vez en la universidad que no me defendiste del grosero que me aventaba de besos en la fiesta cada que te volteabas.
-Venía con todos sus amigos y yo estaba solo, era un suicidio.
-Claro que no, me humilló y tú de rajado. Me hiciste quedar pésimo con mis amigas.
-¿Qué querías que hiciera? Que por «salvar tu honra» porque te aventaron un beso terminara en el hospital… Tú bien sabes quién era Aníbal, el peor de los fósiles, dicen que hasta droga vendía.
-¿Lo ves? Tú siempre con tus estúpidos análisis que lo único que hacen es paralizarte del miedo.
-Llámalo como quieras, para mí es prudencia y nada ganaba haciendo que esos pandilleros me golpearan y dejándote a ti en una posición más vulnerable. Estábamos en total desventaja y lo mejor fue lo que hicimos, irnos de ahí.
-¿Por qué no aceptas que eres un timorato que nunca enfrenta nada? Como ahora lo del vecino. O qué, ¿también piensas pasarte la vida haciéndote el loco cada que nos lo topamos en la calle? Se me hace que mejor yo voy a hablar con esa pinche vieja y ¡me va a escuchar! Y a ver si no corta su cochina rama. Y así de paso te enseño a ponerte los pantalones.
-No es lo mismo, entiéndelo. El tipo me amenazó de muerte. Lo único que vas a ocasionar es un enfrentamiento entre los dos. ¿Por qué no mejor levantamos una denuncia?
-En la Delegación ya nos dijeron que no podemos cortar la rama de ningún árbol, ¡está prohibido! ¿De qué carajos vas a levantar la denuncia según tú?
-De amenaza de muerte…
-Jajaja, cobarde… ¿Qué va a hacer la policía? ¿Ya se te olvidó el día que se treparon unos ladrones a la azotea de la casa y se robaron la ropa que tenía secándose? Cuando llamamos a la policía ¿qué hicieron esos sinvergüenzas? ¿No llegaron armando un escándalo desde la esquina a propósito para «darles la señal» a los ladrones para que huyeran? Todavía se suben muy machitos a la azoteo y nos dicen «aquí no hay nadie señora, ha de haber sido una falsa alarma». Y semanas después, ¿no nos encontramos a ese mismo policía platicando en la calle con un maleante que traía puesta tu chamarra Náutica que nos robaron ese día? Jajaja… sí, gran solución la tuya, anda y ve a llamarle a la policía para que el vecino se vuelva a burlar de nosotros.
-Si levantamos la denuncia y el tipo intenta algo en contra nuestra, la policía debe cumplir con su deber y nosotros estaremos más protegidos.
-Ay Aurelito, de veras contigo. Cuando entenderás que hay gente que sólo aprende a trancazos. El problema es que en esta casa no hay un hombre, hay sólo un arquitecto…
-Mira, mira, ¡Ya párale! No confundas ser civilizado con ser marica, ¡Ya estuvo! Tienes que entender que el tipo está loco y que enfrentarlo a tu modo sólo empeorará las cosas y la verdad… ¡Y mira que no es cobardía, pero hay que ser realistas! -Y Aurelio agregó agachando la cabeza y bajando la voz… -lleva todas las de ganar.
-¿Qué dices? ¡Qué dices! ¿Por qué te derrotas antes de siquiera enfrentarlo? ¿A qué le tienes tanto miedo para no defender a tu propia mujer?
-Y dale con lo mismo… si no lo has notado, es una persona acostumbrada a estarse peleando en la calle con todo mundo, ¿no te acuerdas como dejó a aquel taxista que según él le quiso cobrar 10 pesos de más? Por 10 pesos, ¿no lo coció a patadas delante de sus propios hijos? Si no se lo quitan de encima lo termina asesinando. Y para tu información, tú te casaste con un hombre que enfrenta cada día a la vida, en toda la extensión de la palabra, pero que está en contra de la violencia. No le temo, simplemente me parece aberrante, prehistórico, llegar a eso. ¿Sabes que significa cuando la palabra, la inteligencia, la civilidad, ya no es suficiente para encontrar soluciones y se cae en el enfrentamiento? Entre dos personas, entre dos pueblos, entre países enteros. Significa simple y llanamente que dejamos de ser hombres para convertirnos en animales. Eso es, bestias irracionales.
-Laura tronó la boca como muestra de reproche y concluyó su perorata: -Tú y tus pretextos… verás sino yo misma arreglo al fortachón del vecinito.
Semanas después, Aurelio estaba en su despacho. Adoraba ese momento de la mañana en la que le pedía a su secretaria no pasarle llamadas para encerrarse acompañado de su café capuchino con un toque de rompope, el único del día, y la música de “La pequeña serenata nocturna” de Mozart. En su viejo restirador, extendía los planos y dejaba volar su creatividad, le fascinaba su trabajo y más ahora que había recibido un reconocimiento por el diseño de unos condominios con vista al mar que auguraban más y mejores proyectos. En eso estaba cuando recibió una llamada de emergencia de su mujer y acudió a toda velocidad al encuentro. Agitado, nervioso, enojado, llegó a su casa.
Afuera estaba el vecino y su esposa en actitud retadora y en cuanto Aurelio bajó del auto, el Fulano, levantando su inseparable tubo, le gritó:
-¡Órale idiota! A ver si tienes los huevos, aquí te espero.
Aurelio no respondió, entró a su casa para encontrar a su mujer en la sala, llorando a todo pulmón.
-¡Desgraciados! ¡Los dos son unos desgraciados!
-Cálmate Laura, cálmate y dime qué pasó.
-Fui a reclamarles que su árbol otra vez tiró hojas secas en nuestro jardín y esos idiotas me recibieron a puro insulto. Y el estúpido del vecino me dijo que no me madreaba nada más porque era vieja, pero que su esposa sí podía… ¡Y la muy infeliz me dio una bofetada! -Gritó cubriéndose el rostro entre sollozos.
En realidad, no se apreciaba el golpe en su mejilla, pero de cualquier manera esto ya era demasiado. Aurelio llamó a la policía. Colgó el teléfono, se fue al jardín y aunque notó que las hojas caídas eran tan pocas que cabrían en una bolsa del súper, se subió en la escalera con una sierra eléctrica dispuesto a cortar la rama de raíz. Laura lo miraba orgullosa; bien sabía que Aurelio no era ningún cobarde, pero según ella, había que picarle el orgullo para que sacara el carácter.
Colocó la sierra en el tronco y el ruidoso motor de la sierra impidió que escuchara como el vecino, cargando su escopeta, lo amenazaba: «¡te advertí que si te atrevías a cortar mi árbol te mataría!»
¡Plommmm!, sonó el disparo.
El pecho de Aurelio estalló como sandía. Y su cuerpo salió impulsado hasta caer a los pies de Laura. Su rostro expresaba terror. Lo último que había alcanzado a ver en vida, fue al vecino a punto de descargarle la escopeta. La imagen de su pequeña Paty, andando sin padre en este violento mundo, lo aterró.
Laura quedó petrificada. Tenía ante ella al hombre que tanto buscó; el decidido, el macho, el que no entendiera más razones y le diera una lección al vecino, el que la hiciera quedar bien ante la gente… sólo que estaba muerto.
Laura seguía en shock cuando varios minutos después, la escandalosa sirena de la policía, la sacó de su letargo.
Al día siguiente, mientras el viento jugueteaba con las pocas hojas secas del jardín, los Villalba lloraban a Aurelio en la funeraria y los Galicia a su padre en la cárcel.