Josué, Luz, Samuel y Lupita observaban desde la acera las imágenes que salían de los televisores de la tienda. Era un emotivo comercial navideño en el que una tierna mamá destapaba sendos regalos para sus hijos.
-Josué, -preguntó Luz -¿tú crees que este año Santa Claus se acuerde de nosotros?
Josué tenía doce años de edad y la responsabilidad de velar por ellos.
-No lo sé, Luz, pero no debemos perder la esperanza así es que yo voy a volver a pedir una bicicleta.
-Pero tienes muchos años deseándola y nunca llega…
-Anda -respondió Josué -¡no seas negativa y elige tu regalo!
Samuel, que apenas contaba seis añitos, le cuestionó:
-Josué, ¿estás completamente seguro que puedo pedir lo que sea?
-¡Claro!, pero tienes que hacerlo poniendo toda tu fe.
-¡Eso hago! -Le contestó Samuel cerrando muy fuerte los ojos y los puños -¡Eso hago y esta vez Santa Claus no me puede fallar!
De pronto, el policía se acercó y les pegó tremendo grito:
-¡Largo de aquí, chamacos mocosos!
Josué se puso al frente y respondió:
-¡Déjenos en paz, gordo! ¡La calle es de todos!
-¿Ah, sí? -dijo el policía sacando su macana, -¡ora verás escuincle de porra!
-¡Vámonos Josué! ¡Por favor!
Josué se había jurado que jamás nadie lo humillaría ni mucho menos a sus hermanos, sin embargo, por el bien de todos, mejor se marcharon.
A unas cuantas calles, en una privada de residencias, Elena ayudaba a doña Bertha en la decoración de su pino. Pensaba que nunca terminaría de colocar las lucecillas y esferas multicolores en el árbol natural de más de dos metros de altura; en cuanto puso la estrella que giraba en la punta del pino, doña Bertha la sorprendió.
-¡Ay, Elena! ¿Cuándo aprenderás a ponerle gusto a la decoración? Mira, siéntate ahí y fíjate.
Doña Bertha, comenzó a mover las esferas mientras cantaba villancicos.
En breve concluyó, pero Elena ya no podía contemplar su belleza porque sus ojos se habían nublado.
-¿A qué viene ese llanto, Elenita? A ver, hazme un campito y vamos a conversar, ¿quieres?
-¡He perdido la fe, doña Bertha! ¡Jamás podré adornar un pino como el suyo porque lo hace con amor y usted es testigo que de eso a mí, ya nada me queda!
-Elena, nunca es demasiado tarde, tú lo sabes…
-No, señora, ya cumplí cuarenta y dos años y ni un milagro traería un hijo a mi vida.
-Es sólo que no has tenido la suerte de encontrar al hombre indicado…
Elena se fue a recostar muy mortificada. La angustia la invadió porque conforme desfilaban los inviernos, sentía que se alejaba cada vez más y más la posibilidad de formar su propia familia. ¿Por qué, Dios, no me concediste esa dicha? ¿Por qué?
El día de la navidad cuando comenzaba a tejer su velo la noche, los hermanitos caminaban muy calladitos rumbo a su viejo cuartucho de cartón, hasta que Lupita, con la inocencia de sus cuatro años, rompió el silencio:
-Luz, yo le pedí a Santa Claus una muñeca, ¿y tú?
-¡Cállate! -Interrumpió Samuel -¡Si dices tu deseo luego no se cumple!
-Ya no piensen en eso. Mejor agradezcan que hoy cenaremos… ¡Pollo rostizado bien calientito! -expresó Josué.
-¡Hey, miren! -Dijo Samuel señalando un bote de basura- ¡es un árbol de navidad!
Lupita agregó:
-¡Podemos adornarlo y Santa Claus tendrá a dónde llevarnos nuestros juguetes!
Josué quedó consternado porque pensaba que de todos modos Santa Claus jamás se fijaría en ellos; es más, ya hasta dudaba que existiera; sin embargo, también creía que él no tenía porqué coartar la ilusión de sus hermanos.
-Bien, Sam, llévalo…
-¡Eh, eh! -gritaron a coro los demás.
Llegando a casa, con gran emoción le colgaron todo lo que estaba a su alcance: estampitas, listones y hasta unos juguetitos de plástico amarrados de un hilo. Luego, Josué se desamarró la larga agujeta roja de su tenis y la colocó con mucho cuidado alrededor del pinito; todos los hermanos lo observaban con mucha atención y en cuanto terminó, aplaudieron felices. Después, para que Santa Claus lo pudiera encontrar con mayor facilidad, lo colocaron afuera del tablón que servía de puerta.
Finalmente, esa noche del 24 de diciembre, cenaron el pollo más delicioso que habían probado y agotados se dejaron arrullar por la paz reinante.
Elena caminaba rumbo a la estación de autobuses, mas de pronto, detuvo su paso vertiginosamente al descubrir el bello pino, tan pequeño, adornado con tanta gracia, a la puerta de esa humilde casa.
Lo contempló extasiada y una fe enorme se apoderó de ella; era una fuerza sobrehumana que la invitó a quitarse el prendedor en forma de estrella que esa misma noche le había obsequiado doña Bertha. Hincándose, sujetó la brillante joya en la punta del pino.
-¡Miren! -dijo Luz en voz muy baja, -ya llegó Santa Claus… ¡y es una mujer!
Los hermanos se incorporaron para observar a Elena por las rendijas que se formaban entre las tablas.
-¡No trae tu bicicleta Josué, ni mi cocina! -dijo Lupita desilusionada.
-Es cierto, -completó Luz. -¡No trae regalos!
-Eso es falso, -refutó Samuel que no la perdía de vista, -¡el mío sí que lo trajo!
Se dirigió a la puerta para abrirla, sus hermanos lo rodearon intrigados y jalándolo de la ropa, le preguntaron…
-Pero, y tú, ¿qué pediste?
-Una mamá. Pedí una mamá para los cuatro…
Fue la pequeña Lupita la que abrió la puerta y los niños se encontraron frente a un rostro aún más sorprendido que el de ellos mismos. Era el rostro de la fe, de la esperanza, del amor: el rostro de la navidad.
De inmediato, los niños corrieron hacia Elena colgándosele de todas partes. Ella les correspondió con un caluroso abrazo que duraría para el resto de sus vidas.
Hermoso cuento
Feliz Navidad
Gracias Raúl, saludos!