-¡Silencio! A ver niños, saquen todos sus reglas y pongan mucha atención en su examen porque este es el último que hacemos en el mes y el que no lo apruebe, luego no me pregunte por qué no va a pasar a sexto año, ¿eh?
La maestra Rebeca desfiló por todos los pasillos observando el pupitre de cada compañero y continuó:
-Quiero ver sus cuadernos de dibujo y van a comenzar por trazar un triángulo isósceles que mida diez centímetros de altura, ¿entendido?
-Maestra…
-Si, Elsa, dime.
-¿Puedo ir al baño?
-¿Ahorita? ¿No puedes esperar a que termines tu prueba?
-Ay miss, es que me duele aquí, -dijo tocándose la barriga.
-Anda, ve, pero apresúrate porque estas perdiendo tiempo muy valioso.
Mientras Elsa caminaba, primero por el pasillo y luego frente a las bancas, comenzó el “suspiradero”.
Aahhh, se oía por acá. Aahhh, se escuchaba más atrás. Y es que ver andar a la angelical diva de once calenturientas primaveras, portadora de esas bubis de dieciocho era más excitante que meter un gol de chilena… bueno, casi.
-¡Niños! ¡Niños! ¡Continúen con su examen! -Rezongó la maestra cortándonos la inspiración.
-Oiga miss, ¿Y por qué no mejor nos pone a dibujar ciiiirculos, en lugar de triángulos? -Preguntó con humildad Cirilo sin dejar de apreciar las voluptuosas y misteriosas bolas.
-Muy gracioso, tienes un punto menos, -se alcanzó a escuchar su chillona voz sobre las carcajadas del grupo.
Pero era verdad, las pelotas estaban ahí y desde que empezó el curso cada día se le inflaban más; eran reales, no cabía duda, pero a pesar de estar tan cerca, nos quedaban a años luz de distancia de tan siquiera verlas, ya no se diga tocarlas, ¿por qué castigar de forma tan despiadada a esos inocentes críos? Bueno, en realidad los demás, incluyendo a mis grandes cuates, me valían un piojo, la neta, me refería a mí, ¿qué le debía yo a la vida para tratarme de esa manera tan miserable y no compartirme un poquitito de gloria? Comenzaba a creer en eso de que si te portabas mal, Dios te estaba viendo.
Para cuando Elsa volvió, Pablo, Pedro y yo, ya habíamos resuelto tres ejercicios, lo hicimos a toda velocidad para poder apreciarla de nuevo desfilando, tan dueña de sí, con ese porte: barbilla altiva, mirada al horizonte, sonrisa indiferente arrojada por encima del público y trillones de luces multicolores jugueteando sobre su piel a cada paso.
Elsa tenía tiempo de no mirarnos más porque cada que lo hacía invariablemente nos sorprendía concentrados, embelesados, en los puntos que con descaro y burla sobresalían, incluso sobre su suéter, en esos fríos días de enero.
Pero esta vez, para nuestra mala fortuna, traía el rostro descompuesto, lucía pálida y se abrazaba a sí misma.
Siendo así, no nos quedó más que concentrarnos en los ejercicios para sacar otro aburrido diez. Tan no miento que ni siquiera notamos que la maestra ya tenía un buen rato sentada junto a Elsa hasta que se acercó a Pedro y le dijo en voz baja: “Pedrito, ¿no estás usando tu chamarra? ¿Me la prestas tantito?”
-¿Mi chamarra? -Respondió rascándose la cabeza.
-Si, mijo, es que a Elsa se le cayeron sus pinturas “Vinci” en la falda y le da pena que la vean, entonces la vamos a tapar con tu chamarra, ¿sale?
Escondiendo el cuello entre los hombros, Pedro sólo atinó a arquear la boca y estirar las cejas.
La miss tomó la tremenda cazadora amarilla huevo, de esas acolchonadas que están infladas por todos lados y rellenas de plumas de ganso, y se la fue a acomodar de la cintura hacia abajo hasta que la rodeo por completo.
-¡Prosigan con su examen! -Ordenó cuando vio que todos mirábamos esperando que un milagro hiciera que se le cayera.
La maestra la tomó del brazo y ambas abandonaron el salón.
Instantes después, sonó la chicharra y entró la maestra para recoger los cuadernos.
-Ya se pueden ir. Nos vemos mañana. -Musitó al viento.
El salón se vació en un dos por tres.
Yo estaba acomodando mis útiles cuando me llamó Pedro. Salí del aula y me preguntó:
-¿Oye, y mi chamarra?
-Ahí va…. -Respondí, viendo como a nuestro lado pasaban la miss, Elsa y su mamá.
-Yo creo que luego me la dan, ¿verdad? -Insistió Pedro.
-Oigan, cuestionó Pablo, ¿alguno de ustedes se ha preguntado que hacía Elsa con las pinturas, precisamente en un examen de geometría?
-¡iiiiihhh! -Susurró Pedro con su característico estirar de cejas.
-Tienes razón. Hay algo extraño en todo esto… déjenme ver si lo averiguo, -sugerí.
Abrí la puerta, le pedí permiso a la maestra de pasar por mis cosas y con la cabeza bien agachadita llegué hasta mi pupitre.
Mientras guardaba mis libros, intenté entender lo que pasaba: la maestra tenía la misma expresión de la vez que la directora fue con ella porque casi todo el grupo había reprobado historia, o sea, estaba muy espantada; la pobre Elsa no cesaba de llorar, muerta de miedo, y por si la escena no fuera de por sí confusa, su mamá la abrazaba ¡con una cara de ilusión y felicidad que no podía con ella!
Me eché la mochila a la espalda y cuando pasé a un lado de ellas, por fin entendí:
-Ya mi amor, -le decía su mamá a Elsa, -debí habértelo dicho antes, pero es natural, ¡es la regla! Tarde o temprano a todas las niñas les pasa, ya lo verás.
En cuanto crucé la puerta, me dijo Pedro:
-¿Qué pasó? ¿Qué oíste? ¡Cuenta!
-Nada, ¿tú crees que tanto escándalo por una regla?
-¿Una regla?
-Si, creo que se le rompió o la olvidó… ¡o algo así!
-Aaahhhh…
-Eeehhh…
-Mmmmmm…
-Vámonos, ¿no?
Inocencia, desinformación, picardía, la Naturaleza inexorable cruda y real, el ocultamiento …… Así es nuestra tradición y nuestra cultura
Una historia ya de algunos ayeres, que entiendo por lo que veo en la educación escolar de mis hij@s, quedó en el pasado. Hoy hay mucho más apertura e información en la escuela, en casa, en la red.