La mañana del sábado 2 de febrero, Carlos pasó muy temprano al multifamiliar de Mike. Se asomó por la ventana de su cuarto y al ver que todavía dormía, le pegó con los nudillos al cristal:
– ¡Apúrate, mano, nos va a dejar el camión!
– Pus, ¿qué horas son? –Respondió Mike viendo su reloj. -¡No manches ya van a dar las siete! Aguántame, ya tengo lista mi mochila.
Media hora después, los dos amigos descansaban cómodamente en el camión ADO que salía de la vía tapo, del Distrito Federal.
– Qué chido Mike, yo no conozco Veracruz, ¿y tú?
– Una vez fui, pero dicen que en carnaval es otra onda. Vas a ver como nos la vamos a pasar…
– Oye, ¿y será cierto eso de que va puro maricón?
– Claro que no. Bueno, si debe haber mucho, pero ¿a nosotros qué? Tú y yo vamos sobre las jarochitas, ¿qué no?
– Eso es todo mi Mike. Oye carnal, y de plata, ¿cuánto conseguiste?
– Mil doscientos varos, ¿y tú?
– Ochocientos noventa, ¿crees que la hagamos?
– Simón, sino en cuanto se nos acabe la lana, nos regresamos, total, ya traemos los boletos del camión. Además ya párale… ¡Vamos al carnaval a gozar de la fiesta!
Cerca de las dos de la tarde, el autobús llegó al puerto de Veracruz. El ambiente carnavalero se respiraba en cada calle; la “chunchaca” se oía por doquier; la gente sonreía, gritaba y no paraba de bailar. Al dar vuelta en la avenida Díaz Mirón, Carlos le dijo a Mike:
– Mira, yo creo que ya vamos a llegar a la central. El hotel que me recomendaron está en la calle de al lado. Es “bara” y te dan de desayunar por 18 varos. Al llegar se dirigieron de inmediato al hotelito y una vez apartada la pensión, se metieron al changarro contiguo. Mientras se echaban un coctel de camarones “pa´ cargar pilas“, como dijera Carlos, un bato le puso una moneda a la rockola y comenzó a tocar.
– ¿Te acuerdas de esa rola, Carlos?
– La neta no, ¿quién es?
– Creo que es Ana Torroja; la canción me suena, me suena, pero no logro recordarla…
Mike se quedó absorto escuchando la letra: “…Con mi novia no sé, creo que se lo diré de forma gradual para que no le siente mal…”, hasta que Carlos lo sacó de sus cavilaciones.
– Mira carnalito, ahí te van las dos primeras caguamas pa´calentar motores, ¿cómo la ves?
– ¡Chido! ¿Por qué no vamos un rato a la playa en lo que empieza el paseo?
– Ya rugiste león.
Carlos le chifló a un taxista, metieron sus cervezas en las mochilas y felices partieron rumbo al boulevard.
Ya para cuando comenzó el desfile, cada uno llevaba casi 3 litros de cerveza. La fiesta estaba prendidísima y les bastó el pequeño espacio que tenían en las gradas, para bailar al ritmo de las animadas comparsas y la alegre música de cada carro alegórico.
– ¡Te lo dije, Carlos! ¡No hay como el carnaval de Veracruz!
– ¡Sí! –Contestó Mike, -jamás había estado en una fiesta tan chida, me cae.
– Oye, ¿y ya “vistes” estas morritas que están aquí al lado?
– Uy, si. Son tres y están rebién. Nomás que vienen con un güey.
– Nel, a de ser carnal de una de ellas porque no se ve que traiga onda con ninguna.
– A ver, hazles la plática pa´ver si pegas tu chiclote.
Carlos se aproximó bailando al grupo y levantando su vaso les dijo “salud”. Las chicas le sonrieron y continuaron bailando, el chavo fue el único que le respondió “salud”.
– ¡Mike, ven! Se me hace que sí jalan. ¡Pégate!
Dando pasitos de baile, Mike se fue acercando y como no queriendo la cosa, de repente ya estaba junto a ellas.
– ¡Hola! ¿No quieren un trago de cerveza?
– Sale, rólala, -le respondió la más morena. Cada quien le dio un sorbo al vaso y al devolvérselo le dijo:
– Yo soy Nora, ella es Katy, Monse y “la Chiva» –le dijo refiriéndose al joven. Todos soltaron la carcajada y Mike le preguntó:
– ¿Por qué te dicen “la Chiva“?
– Ay, no te fijes, –le contestó haciéndole un ademán con la mano, -es mi nombre de batalla…
– ¿Y no te molesta que te digan así?
– No, qué va. Si me dicen “la Chiva» porque estoy igual de buena que ella; checa… -le dijo moviendo las caderas hacía él.
Mike se echó para atrás rápidamente y todos volvieron a reír.
– ¡Miren! ¡Miren! En ese carro alegórico viene la reina, –gritó Carlos emocionado.
– ¡Guau! ¡Esto está chidísimo! -dijo Mike, agregando -¿a poco ustedes son de aquí?
– Si, -contestó Monse, -puro producto jarocho.
-De tierra caliente… -completó “la Chiva” revisándolo con la mirada de pies a cabeza, -y continuó -a ustedes Miguelito se les ve lo chilanguillo pero a leguas mijo…
– ¡Neta, Carnal! ¿Cómo “supistes”?
– Ay manito, ni como ayudarte, -le contestó “la Chiva» ante lo evidente del caso.
Dos caguamas más tarde, el desfile terminó y la gente comenzó a dispersarse por las calles. El que se encontraba en mejor estado de todos, era “la Chiva”.
– Oigan, -les dijo -ya mejor vámonos.
– ¡Órale! -respondió Carlos, -los invitamos a seguirla al hotel.
– ¡Va! -agregó Nora, -nosotros traemos medio pomo de tequila que nos sobró de ayer.
Al llegar al cuarto, Carlos se acomodó con Nora en una de las camas y comenzaron a besarse. Como todos estaban de metiches y no dejaban de verlos y de reírse, se dejaron caer al piso, del lado de la cama donde ya no podrían observarlos. Katy pronto se quedó dormida.
Mike fue a abrir un poco la ventana para despejar el humo del cigarro y nuevamente escuchó la misma melodía de la tarde. “Maldita canción, ¿cuál es?”. La voz de Ana Torroja decía: “…pero por el squash es mejor no volver, no sea que un día en las duchas no me pueda contener…” – ¡No puede ser! ¡No me puedo acordar!
Cuando regresó a la cama, sintió que de plano ya no le entraba ni una gota más de alcohol. Con los ojos chiquitos vio que “la Chiva” le sonreía y Monse se acercó a él hasta besarlo. Fue un beso muy muy largo que los acompañó hasta quedar recostados. Al despertar vio que su reloj marcaba la una de la tarde. No se podía ni mover, le dolía todo el cuerpo y la cabeza amenazaba con estallarle.
La habitación estaba vacía y sólo debajo de la cama se asomaban los pies descalzos de Carlos.
Comenzó a recorrer el cuarto lentamente con la vista. Como intentando armar el rompecabezas de la noche anterior, al llegar a él mismo, notó que estaba completamente desnudo. En las sábanas había un rastro claro de sexo pero a duras penas podía recordar momentos fugaces. A pesar del dolor, se sentía complacido. Total, se incorporó como pudo y se dirigió al baño para darse una ducha. El autobús de regreso a la ciudad de México partía a las cinco, así que apenas y les dio tiempo de comerse unas picadas. Estaban a punto de entrar a la terminal camionera cuando escucharon a sus espaldas:
– ¡Carlos, Mike!
Eran Monse y “la Chiva”.
– ¡Esperen! No se vayan sin despedirse.
Les dio mucho gusto verlos. Cruzaron un par de palabras y por fin Mike le dio un beso de despedida a Nora en la mejilla que le pareció bastante frívolo e indeseable; sin embargo, al tomar la mano de “la Chiva”, sintió como un rayo que le recorría todo el cuerpo. El placer de esa sensación en el estómago lo dejó prácticamente sin habla y no fue hasta que Carlos le dio un empujón, que pudo liberar la mano de “la Chiva”.
Ya en el autobús no quiso darle la cara a Carlos; se sentía rarísimo. El camión dio marcha y al salir de la central pasó junto al mismo restaurante; como disco rayado, de la rockola volvió a salir la misma melodía.
Mike la escuchó muy confundido y al meditar la última estrofa sintió tantas sensaciones juntas a la vez que aunque empezó a llorar quedito, tuvo que mantener oculta la mano con la que se despidiera de “la Chiva” porque le seguía temblando.
“…la culpa es del alcohol. Debí beber ayer hasta volverme maricón. ¿Y qué dirán de mi? dirán que eres gay…» Concluía la canción de “Mecano”.