Olga acompleta su maquillaje con un poco más de rubor. Al mirarse en el espejo, contempla sus 38 años pero esta vez no deja que la lágrima cotidiana resbale por su mejilla. Ahora está animada, hace tantas noches que no sale a divertirse que incluso ve disimulados esos varios kilitos de más que se han ido acumulando con comida chatarra en su silla secretarial.