Claudio llegó al deportivo 20 minutos antes de que comenzara su entrenamiento. Durante la semana trabajaba con gran entrega para poder disponer de la tarde del viernes y gozar con tranquilidad de la natación. Ahora que su padre había fallecido, meditar en el agua era la mejor terapia para mitigar el dolor, mantener presente a Don Fermín y agradecerle no sólo la excelente posición económica que le heredó con su despacho de arquitectura, sino toda una vida de enseñanza y cariño dedicada a él, como hijo único. Lo echaba mucho de menos y a pesar de la tristeza, lo tenía todo el tiempo presente como el amigo que fue y seguido se sorprendía de encontrarse riendo al recordar las simpáticas ocurrencias de su viejo.