De estatura media, recio de expresión, nunca reía. De hecho, a su corta edad no había hallado ningún motivo para hacerlo.
Los niños del barrio jugaban fútbol cuando Enrique vio que se aproximaba.
–Miren –dijo cauteloso–, ahí viene el Búfalo, ¿qué tal si aviento el balón para allá y todos huimos de aquí?
–¡Sale! –respondieron nerviosos el resto de los chicos y en segundos se esfumaron.