Las pasadas vacaciones navideñas, mi hijo Ale, recién estrenado en su ingeniería, pero absorto por su muy arraigado yo filosófico, quiso apaciguar los tormentos existenciales que el cierre de un muy buen año material me había dejado. Lo hizo depositando silencioso, junto a mi trono de lectura, a un amigo que no visitaba desde hace 30 años… Harry Haller, El lobo estepario.