Cada día, cuando don Hipólito Reina salía a la calle, pensaba que al mundo no le caería mal una manita de pintura para darle vida a ese tono gris que solía lucir. Sin embargo, la mañana del lunes primero de agosto vio un cielo reluciente, claro y sin nubarrones. Había tenido un fin de semana excepcional y aunque quisiera, no podía ocultar su felicidad.